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JAIME TELLO GARCÍA – Geógrafo, fotógrafo y viajero

Escatrón (Zaragoza)

ESCATRÓN Me resulta difícil describir la emoción que me provocan los pueblos y los paisajes de la Ribera Baja del Ebro. A veces es complicado ir contra corriente y defender la belleza y dignidad de estas tierras, que desde luego no se encuentran muy bien posicionadas en el imaginario turístico colectivo. Tierras de valle, de huerta y ribera, pueblos muy castigados por las guerras y el abandono que aún así han conservado su identidad y un increíble patrimonio. Pueblos muy …

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ESCATRÓN
Me resulta difícil describir la emoción que me provocan los pueblos y los paisajes de la Ribera Baja del Ebro. A veces es complicado ir contra corriente y defender la belleza y dignidad de estas tierras, que desde luego no se encuentran muy bien posicionadas en el imaginario turístico colectivo. Tierras de valle, de huerta y ribera, pueblos muy castigados por las guerras y el abandono que aún así han conservado su identidad y un increíble patrimonio. Pueblos muy densificados de calles estrechas y empinadas, pueblos desastrados en los que la arquitectura popular tradicional de la zona se salpica con casonas de gran porte, y también con nuevas arquitecturas que están fuera de lugar y que sin embargo aportan un grado de pintoresquismo, de desorden y de caos que es la base de su enorme atractivo.
Quizá sea Escatrón el mejor exponente de estos pueblos de ribera. Escatrón llamó mi atención hace ya tiempo, cuando, en mi búsqueda de una casa por la zona (lo confieso, el Ebro me engancha), descubrí que las casas de Escatrón estaban en un estado particularmente ruinoso y, a la vez, había magníficas casonas de espléndido porte. Pensé entonces, como después confirmé, que Escatrón iba a complacer mis expectativas por varios motivos: por su ubicación en un barranco que muere en el Ebro y cuya cima se asoma al valle, donde en tiempos debió haber un castillo; por el luminoso cielo de luz inequívocamente mediterránea; por su arquitectura y su urbanismo; y por la carga de historia reflejada en sus calles y fachadas. Para alguien que conozca el Monasterio de Rueda es fácil pensar que Escatrón, tan cercano, debió ser un lugar importante desde muy antiguo. Y en efecto así es.
La presencia del gran río favoreció el asentamiento de población y el paso de distintas civilizaciones que durante milenios han aprovechado la fuerza del agua y la fertilidad de sus riberas para prosperar, incluso en materia comercial con el establecimiento de un viejo puerto fluvial del que hay evidencias en Escatrón. Íberos, romanos, visigodos y musulmanes pasaron por aquí antes de la cristianización, en el siglo XII. Convertido en plaza fuerte, el término de Escatrón fue donado inmediatamente después de la Reconquista, con todos sus dominios, a la orden del Císter para que construyera un monasterio, que es el que hoy se conserva. La riqueza económica, social y política de Escatrón en aquella época queda reflejada en la intensidad de sus flujos comerciales, que recorrían todo el Ebro. Y también en la convivencia pacífica de las tres grandes civilizaciones que poblaban la península, judíos, musulmanes y cristianos, aunque no tan pacíficos fueron los conflictos entre el señorío y el abad, en los que hubieron de interceder incluso reyes. La expulsión de judíos y moriscos, y la crisis en la que se sumerge el reino en el siglo XVII frenan la pujanza de Escatrón, crisis acentuada por las guerras, epidemias y desamortizaciones que llegarían en siglos venideros. Tras la Guerra Civil, en la que el pueblo jugó un papel relevante siendo pionero en experiencias de colectivización, la cercanía del Ebro juega de nuevo a su favor, instalando la central termoeléctrica cuya silueta es aún uno de los hitos más reconocibles del pueblo. Ello, junto a la construcción del ferrocarril que penetraría en tierras turolenses para traer el mineral, favorece un nuevo auge económico y demográfico frenado por el cierre de la central en los años 70. Escatrón es una curiosa excepción al masivo éxodo rural vivido en Aragón a partir de los años 50, ya que dicho éxodo fue retrasado al menos dos décadas por la presencia de la central. Aunque desde los años 90 se ha llevado a cabo una reconversión y puesta en valor de la central y sus instalaciones, el proceso de tecnificación y la necesidad de una menor mano de obra y distintas materias primas no han favorecido un auge similar al que vivió el pueblo durante los años 50.
Y es así como Escatrón llega al siglo XXI, un casco urbano tan bello como frágil, plagado de señales que atestiguan su gran historia, pero fuertemente degradado. Y eso es algo que yo valoro, ya que soy más amigo de la arquitectura degradada que de modernidades improcedentes, y al tiempo reconozco la insostenibilidad de esta situación. Si no hay recursos o estímulos para la rehabilitación, es muy difícil evitar el abandono, pero al mismo tiempo es imposible, e indeseable, relajar los criterios estéticos a toda costa, algo que tantas veces se ha visto en Aragón, o en Castilla, y que sería lamentable en casos como el de Escatrón, que por gracia de su decadencia ha mantenido su esplendor.
© 2017 Jaime Tello García


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