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JAIME TELLO GARCÍA – Geógrafo, fotógrafo y viajero

Cañizal (Zamora)

CAÑIZAL La ruta de los portugueses, que atraviesa diagonalmente la región castellanoleonesa y comunica Europa con el país vecino, es una de las mejores carreteras para conocer los paisajes y las formas de vida de los pueblos y hábitats de este territorio. Desde Fuentes de Oñoro hasta Miranda de Ebro y más allá, la vieja nacional, que corre paralela a la moderna autovía, permite viajar desde las dehesas salmantinas hasta el angosto paso hacia las provincias vascas, y en su …

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CAÑIZAL
La ruta de los portugueses, que atraviesa diagonalmente la región castellanoleonesa y comunica Europa con el país vecino, es una de las mejores carreteras para conocer los paisajes y las formas de vida de los pueblos y hábitats de este territorio. Desde Fuentes de Oñoro hasta Miranda de Ebro y más allá, la vieja nacional, que corre paralela a la moderna autovía, permite viajar desde las dehesas salmantinas hasta el angosto paso hacia las provincias vascas, y en su mayor parte discurre por llanuras infinitas jalonadas de pinares, amplios valles y campos de labor que son la mejor tarjeta de presentación de esta meseta cerealista. A lo largo de la ruta aparecen numerosos pueblos, unos más grandes que otros. Hay veces que estos pueblos crecieron al calor del tráfico que generaba la ruta, y otras en que la ruta se desvió ligeramente para comunicar tal o cual pueblo importante. Lo que es indudable es que todos ellos conforman un extraordinario crisol de la tradición urbanística y arquitectónica de Castilla y León. En mis frecuentes viajes entre Salamanca y Valladolid, solía tomar la nacional como alternativa pintoresca a la autovía ya que, aún a riesgo de toparme con algún animal suelto, el placer de conducir durante kilómetros sin más tráfico que el de mi propio coche es una experiencia única, con el añadido de poder acercarme, e incluso atravesar, tantos pueblos en mi camino.
Cañizal es uno de los más bellos de este sector de la ruta, una pica de la Tierra del Vino zamorana en la frontera con Salamanca, Ávila y Valladolid. Aunque el poblamiento de Cañizal se remonta probablemente al siglo V de nuestra era, como indican algunos hallazgos arqueológicos tardorromanos y altomedievales recuperados en la zona, parece que fue tras la Reconquista, al donar la reina Doña Urraca estas tierras a la Orden de San Juan de Jerusalén, cuando se establece una primitiva iglesia románica, hoy desaparecida bajo los muros del templo actual, y en torno a ella crecieron las primeras casas del actual núcleo urbano. Su emplazamiento en la confluencia de rutas hacia Ávila, Salamanca, Valladolid y Zamora impulsó sin duda su crecimiento a partir del siglo XV, favorecido además por la existencia de algunas peculiaridades fiscales y la presencia de tierras comunales. Lugar de pastos y de viñedos, la prosperidad alcanzada por Cañizal llega hasta nuestros días en la monumentalidad de su Iglesia, cuya torre emparenta con la tradición mudéjar de Alaejos, de Fuentelapeña o de otros pueblos de la redolada, y por la presencia de la gran casa blasonada, levantada en el siglo XVII, aún en pie al norte del casco urbano. El templo y el núcleo principal de Cañizal se asientan sobre un otero rodeado de arroyos abundantes en bosques ribereños y cañizales, de ahí el nombre de la villa. En la ladera norte se distribuyen un buen número de bodegas ganadas al subsuelo que forman un paisaje genuino de estas tierras castellanas. En la falda sur, las casas que buscan el sol del frío invierno caen hacia el llano en el que se asienta el grueso del casco urbano. Casas levantadas en tapial, en adobe, en ladrillo y algunas, las menos, en piedra, una tradición constructiva muy variada que, fruto del triste despoblamiento que en el siglo XX ha reducido su población en dos tercios, ha conservado ejemplos extraordinarios que hacen del paseo por sus calles un viaje a lo que queda de este mundo rural ya casi desaparecido.
© 2017 Jaime Tello García


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