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JAIME TELLO GARCÍA – Geógrafo, fotógrafo y viajero

Albarracín (Teruel)

La Provincia de Teruel guarda celosa, entre sus sierras y valles, una cantidad asombrosa de joyas del arte, la arquitectura y el urbanismo medieval. De entre todos los pueblos turolenses que han sido declarados Conjunto Histórico destacan unos cuantos espectaculares cuya fama ha traspasado fronteras. Pueblos que por lo general se disponen junto a un río o una sierra, emplazamientos defensivos milenarios que cuentan con castillo, muralla, y una marcada estructura urbana medieval. Tal es el caso de Valderrobres, Rubielos, …

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ALBARRACÍN
La Provincia de Teruel guarda celosa, entre sus sierras y valles, una cantidad asombrosa de joyas del arte, la arquitectura y el urbanismo medieval. De entre todos los pueblos turolenses que han sido declarados Conjunto Histórico destacan unos cuantos espectaculares cuya fama ha traspasado fronteras. Pueblos que por lo general se disponen junto a un río o una sierra, emplazamientos defensivos milenarios que cuentan con castillo, muralla, y una marcada estructura urbana medieval. Tal es el caso de Valderrobres, Rubielos, Mora o La Iglesuela del Cid, por nombrar unos pocos. Y al sur, cruzando la depresión del Jiloca y del Turia, aparece Albarracín, estrella indiscutible. La Ciudad de Albarracín es cabecera de su comarca, de su tierra y de su sierra. Es una ciudad antigua y, sin duda, uno de los pueblos con mayor prestigio turístico y monumental del país. Albarracín es un sueño imposible en un emplazamiento único, un compendio de historia y arte que trepa por peñas y riscos y se asoma al cauce del Guadalaviar, cuyos marcados meandros abrazan el casco urbano y encañonan su entorno natural. Albarracín es una plaza milenaria, fortificada a raiz de la dominación musulmana que la convirtió en referente en la defensa de las tierras aragonesas. Cristianizada y convertida en cabecera de una amplia Tierra, sede además de mercado y justicia, perdió su pujanza en favor de la capital provincial, Teruel, ubicada en un lugar más accesible. A pesar de ello, o gracias a ello, la ciudad quedó conservada de forma casi perfecta y, ayudada por la intensa labor de rehabilitación de las últimas décadas, ha logrado situarse en un lugar preferente del turismo cultural de interior. La ciudad está situada a casi 1200 metros de altitud, sobre un notable peñasco. Por ello, por el marcado desnivel, la mejor forma de disfrutar de Albarracín es emprendiendo la marcha desde su parte más baja, dejando el coche y progresando por sus calles estrechas y sinuosas. Podemos llegar hasta la Plaza Mayor, epicentro de la vida urbana de la que parten los barrios de la ciudad, dispuestos en brazos que siguen la cuerda del promontorio sobre el que se asientan. Hacia el sur, la ciudad más noble y consolidada, que alberga la Catedral y las casas más notables. Y hacia el norte, los arrabales que parten hacia las salidas y trepan por la pronunciada ladera sin llegar a tocar la muralla. La cerca envuelve casi por completo a Albarracín, y recorrerla, si el estado de forma lo permite, es del todo recomendable para disfrutar de las vistas excepcionales del lugar. Curiosear por sus lienzos, por sus torres y almenas es un ejercicio de historia y naturaleza que nos llevará hasta la entrada oeste de la ciudad. Por allí, las casas comienzan de nuevo a abrazarnos y al caminar entre ellas, entre el entramado y los muros rojizos de yeso, entre aleros y rejería tenemos la sensación de haber vuelto a un medievo que sus habitantes han conservado con especial sabiduría, ayudados sin duda por la labor ímproba de la Fundación Santa María de Albarracín, que colabora tan intensamente en la vida cultural y patrimonial. El castillo, la muralla, la catedral, iglesias, monasterios, torreones, palacios y casonas, el bellísimo cementerio en el extremo meridional del casco, y la arquitectura popular que cementa todo el recorrido y crea uno de los paisajes más sugestivos de la vieja Europa.
©2017 Jaime Tello García


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