¿Cómo son los lugares que habitamos?
Siempre he tenido una gran inquietud por conocer los hábitats del hombre. Ya de niño, pasaba las horas con un atlas o un mapa en la mano, jugando a imaginarme los sitios que aparecían allí inventariados. Con el tiempo, empecé a darme cuenta de que la realidad de un espacio es demasiado cambiante y que lo máximo a lo que podría aspirar es a captar un lugar en un momento determinado: su economía, población o morfología, en un instante preciso y que, pasado el tiempo, habrá cambiado mucho o poco, pero no será igual. Por eso, cuando llegó el momento decidí convertirme en Geógrafo, para conocer mejor el mundo que me rodea, saber cómo es y pensar en cómo será. Y saciar así mi inquietud infantil.
Hace ya algunos años, en un viaje por el Bajo Aragón turolense, tuve una revelación. Decidí que la mejor forma de conocer y dar a conocer un lugar es retratándolo, ya que una imagen, captada en un instante, tiene un valor inmenso y nos dirá de forma fiel cómo es ese lugar en ese momento, lejos de frías estadísticas que rápido quedan anticuadas o no sabemos manejar. Una imagen que retrata la forma que sus habitantes han dado al espacio en que viven, dándole forma e incidiendo sobre su calidad de vida. Una imagen en la que aparezca una casa, un árbol, una puerta, un perfil urbano, un atardecer, una avenida, una estación, una catedral o un barrio deprimido. Elementos que forman un todo, un lugar, un pueblo o una ciudad.
Cuando visitamos un lugar y ejercemos de turistas llamamos «bonito» o «feo» a espacios urbanos que se convierte en lo habitual o en el «espacio vivido» para las gentes que lo habitan. La realidad compleja que nos rodea es por tanto más interesante que los escenarios hieráticos ofrecidos al turista, ya que en lo «bello» y en lo «feo», aunque sea subjetivo, siempre encontraremos una lección, lo que debemos o no debemos hacer con los lugares en los que vivimos. De todos los espacios habitados podemos pensar en algo que jamás debió construirse y que habría que derribar, o en una forma ejemplar de hacer ciudad nueva, o en una mejor o peor adaptación al espacio, aunque siempre determinada por lo que en su momento se consideró adecuado.
Mi intención al desarrollar mi trabajo ha sido y es captar esa complejidad del espacio físico habitado, interesado más en el paisaje que en el paisanaje, y de paso hacer la web que me hubiera gustado encontrar en mi niñez, y por qué no decirlo, en mi edad adulta: un medio para conocer un sitio de forma minuciosa, sus espacios emblemáticos y también sus más oscuros rincones, las fachadas, esquinas, calles, solares o monumentos que forman parte del día a día de sus habitantes. He recorrido ya muchos kilómetros, varios cientos de miles, persiguiendo mi objetivo, conociendo pueblos y ciudades, acompañado casi siempre por mi coche, y juntos hemos visto tantos lugares distintos que me cuesta poner orden al archivo de lugares que, de mi cabeza y de mi cámara, he volcado en fotourbana.
Una parte importante de mi trabajo se desarrolla en blanco y negro, ya que para mí esa es la imagen de los espacios habitados. Ciudades y pueblos con mil y un matices que en mi cabeza tienden al gris y a las sombras, que huyen de una imagen icónica y colorista. El trabajo de Gabriele Basilico y otros grandes fotógrafos urbanos, como Manolo Laguillo o Eugene Atget, ha sido mi inspiración en el retrato de esos rincones de pueblos y ciudades. Rincones que no siempre son lo «imaginado» de ese espacio (una catedral, un ayuntamiento, la Plaza Mayor), y que sin embargo forman parte de él, y que a veces pasan desapercibidos aún siendo el telón de fondo del día a día de sus vecinos.
JAIME TELLO GARCÍA