Oliete (Teruel)

OLIETE Oliete es un pueblo remoto y poco poblado que debió conocer tiempos mejores. Está enclavado en la comarca turolense de Andorra-Sierra de Arcos, al pie de la Sierra de los Moros e integrado en el Parque Cultural del Río Martín, cuyas aguas bañan la parte más baja del pueblo. Llevaba tiempo deseando recorrer las calles de Oliete, desde que una tarde de hace años, conduciendo entre Andorra y Muniesa, pasé por alli y me cautivó la belleza de la …

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OLIETE
Oliete es un pueblo remoto y poco poblado que debió conocer tiempos mejores. Está enclavado en la comarca turolense de Andorra-Sierra de Arcos, al pie de la Sierra de los Moros e integrado en el Parque Cultural del Río Martín, cuyas aguas bañan la parte más baja del pueblo. Llevaba tiempo deseando recorrer las calles de Oliete, desde que una tarde de hace años, conduciendo entre Andorra y Muniesa, pasé por alli y me cautivó la belleza de la fachada occidental del pueblo iluminada por el sol de la tarde. Casas colgadas sobre un farallón rocoso, morfología urbana que pone de manifiesto el claro el origen morisco y defensivo de la plaza. Y volvi, aunque fue una mañana fría de invierno en la que el sol venía de oriente y no iluminaba el perfil más bello del pueblo, aunque sí otros panoramas no menos interesantes desde el Calvaro. Tras el largo paseo por Oliete, llegué a una conclusión: desde mi punto de vista de extranjero en tierras aragonesas (qué más quisiera yo que llamarme baturro por nacimiento o residencia, tal es mi amor por esta tierra), Oliete representa la quintaesencia del urbanismo y la arquitectura de Aragón. Puede haber pueblos en Aragón más monumentales y hermosos, pero la mayor parte de pueblos son como este, pueblos antiguos, de marcado carácter popular, encaramados a una peña o a una ladera pronunciada en que encontraron refugio y defensa, de calles tortuosas y estrechas con frecuencia heredadas de viejos asentamientos musulmanes y medievales, de casas que crecen a lo alto dada la escasez de suelo en esta orografía dificil. Pueblos de mudéjar y gótico, de ermitas y castillos, de ríos que les dieron vida y suelos áridos y rebeldes. Así se repite el esquema en una buena parte de pueblos aragoneses, en los que se hace evidente la presencia, o la ausencia de estos elementos en fortalezas desmochadas y perdidas, o en amplios barrios y sectores urbanos abandonados a causa de su ubicación remota y complicada en las partes más altas de los pueblos.
Y ese es el caso de Oliete. El pueblo se ve grande, aunque ha perdido el 75% de los más de 2000 habitantes con que llegó a contar. Su casco urbano cae por una pronunciada ladera sobre el Río Martín, que corre con escaso entusiasmo hasta que alguna tormenta lo desboca. Su callejero es laberíntico y fabuloso, de los más estimulantes que yo haya recorrido, y a él se asoman un gran número de casas abandonadas y arruinadas, que van ganando terreno hacia la parte más elevada del pueblo. Aunque también aparecen casas saneadas, y el ayuntamiento, la iglesia y algunos comercios en su parte más baja, siguiendo la Calle Mayor.
El pueblo se estructura por tanto en dos ejes, Mayor y Baja, cosidas por un conjunto innumerable de callejas, pasadizos, escaleras y recodos que trepan hacia la parte alta. Conserva algunas casonas reseñables que mantienen sus viejos escudos, entre las que destaca la Donjuana, bellísimo caserón renacentista aragonés del siglo XVI, en la Plaza Mayor, a la sombra del campanario mudéjar de su Iglesia de la Asunción. No acaban aquí ni muchos menos los atractivos de Oliete, ya que es su entorno natural el gran protagonista, con los estrechos de Cueva Foradada donde ahora se ubica un gran embalse, o las minas que se encuentran en su término, o la Sima de San Pedro, meca de geólogos, escaladores y amantes del paisaje. Y los restos de antiguas civilizaciones en forma de pinturas rupestres o poblados íberos. Un crisol de arte, historia y naturaleza en el corazón de Aragón, en el tránsito entre las yermas y romas sierras que preceden al gran Ebro, y las tierras altas de Teruel. Y marché de Oliete, en efecto, deslumbrado ante su belleza y su ubicación imposible, luchando por sostenerse en la abrupta ladera por la que trepa su caserío.
© 2017 Jaime Tello García


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