MOSQUERUELA He visitado Mosqueruela en dos ocasiones. La primera llegué desde el sur, por la carretera que, viniendo de Rubielos y Linares, atraviesa un paisaje que se antoja yermo por momentos. En mi segunda visita llegué hasta el pueblo desde Cantavieja, por una carretera estrecha y fabulosa, que en algunos mapas ni aparece, y que recorre la profundidad de los bosques del Maestrazgo. En ambas ocasiones, lo primero que me llamó la atención al llegar a Mosqueruela es que no …
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MOSQUERUELA
He visitado Mosqueruela en dos ocasiones. La primera llegué desde el sur, por la carretera que, viniendo de Rubielos y Linares, atraviesa un paisaje que se antoja yermo por momentos. En mi segunda visita llegué hasta el pueblo desde Cantavieja, por una carretera estrecha y fabulosa, que en algunos mapas ni aparece, y que recorre la profundidad de los bosques del Maestrazgo. En ambas ocasiones, lo primero que me llamó la atención al llegar a Mosqueruela es que no parecía un pueblo de invierno, de montaña. La luz y la vidaque se hacían patentes en sus calles, y las fachadas quedaban iluminadas por un sol cálido que invitaban a pensar más en llanura que en montaña, más en veranos de algarabía que en fríos siberianos. Después, cuando pude buscar fotografías de los duros inviernos que allí se han vivido, tomé conciencia del valor de sus gentes y de la contundencia de sus construcciones, al resistir el envite de las nieves y el viento. El campanario, de grandes dimensiones como no puede ser de otra forma en Aragón, y las antiguas puertas de la muralla son las señas de identidad de este pueblo medieval que guarda a su espalda fabulosos paisajes que poco han evolucionado en los últimos siglos, sembrados de masías y despoblación.
© 2017 Jaime Tello García
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