Ubicada junto a un cerro defensivo donde se alza el Castillo que vigila el corredor natural de comunicación por el que discurre el Cinca, el ferrocarril y la nacional, Monzón es una ciudad de fácil acceso y peculiar fisionomía, con un casco histórico que se abre hacia el pequeño río Sosa. Es la ciudad nueva, que ha acabado cosiendo la ciudad vieja con la zona de la estación, la que se expandió más allá del recinto histórico hasta alcanzar las …
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MONZÓN
Ubicada junto a un cerro defensivo donde se alza el Castillo que vigila el corredor natural de comunicación por el que discurre el Cinca, el ferrocarril y la nacional, Monzón es una ciudad de fácil acceso y peculiar fisionomía, con un casco histórico que se abre hacia el pequeño río Sosa. Es la ciudad nueva, que ha acabado cosiendo la ciudad vieja con la zona de la estación, la que se expandió más allá del recinto histórico hasta alcanzar las dimensión actual.
Llegué a Monzón una calurosa mañana de julio, en un viejo Talgo de aquellos de cuerpo casi cilíndrico, pintado de rojo y plata, que circulaba entre Barcelona y País Vasco. Y dudo que aquellos viejos vagones sigan circulando cuando escribo estas letras ya que entonces, no hace tantos años, ya se veían algo ajados, y en España tenemos costumbres de nuevos ricos. La impresión al llegar a Monzón fue una mezcla de melancolía y decadencia ante la presencia de un potente nudo ferroviario que pareció vivir días mejores. Como telón de fondo, el Castillo omnipresente, fortaleza a medio camino entre Lleida y Huesca y desde la que, como pude comprobar más tarde, se domina buena parte de esta Comarca de Cinca Medio. Comencé a caminar, y el dinamismo de sus calles y plazas me fueron atrayendo hacia su casco histórico, disfrutando en mi paseo con el espectacular perfil de la ciudad y con la pausada cadencia de las aguas del Sosa, salvadas por un pequeño y antiguo puente. La visita al centro de Monzón bien podría comenzar por su Plaza Mayor, centro neurálgico y sede del Ayuntamiento, y así hice. Ascendí después por la Calle Mayor hasta alcanzar la Catedral de Santa María, románica, gótica y mudéjar, para continuar subiendo hasta el castillo, verdadero icono de la ciudad. Este paseo recomendado siempre es bueno combinarlo, ya sea en Monzón o en cualquier otro lugar, con un recorrido desorientado por sus callejuelas, porque siempre guardan sorpresas, que en Monzón serán algunas fachadas blasonadas, casas a veces arruinadas, plazuelas y muestras de su espléndido pasado. Dicho esto, es sin duda la fortaleza la estrella de la visita. Edificio de origen árabe, iniciado posiblemente en el siglo X, ha conocido numerosas etapas constructivas y reformas hasta fechas no tan lejanas, ya que como baluarte ha ejercido su función hasta hace bien poco. Aún conserva su original conjunto de edificios con la Capilla, la Torre del Homenaje, la Sala Capitular y otras dependencias. El recorrido por las defensas que se abren hacia la ciudad hace más espectacular la visita, regalando una vista casi cenital del casco urbano. A los pies del cerro se extiende esta capital comarcal que, por su dimensión histórica, física y funcional encaja en el conjunto de ciudades aragonesas de tamaño medio como Calatayud, Alcañiz o Jaca, entre otras, que han tenido una gran trascendencia en el devenir del Reino de Aragón y que en nuestros días vertebran amplios territorios supracomarcales. Y es que desde el poder que le confirió su Castillo, Monzón ha jugado un importante papel en la historia de Aragón, como plaza fuerte, como sede de la Encomienda de la Orden del Temple, y como lugar de celebración de Cortes en numerosas ocasiones a partir del siglo XIII. Y mantiene buena parte de su relevancia no sólo como cabecera comarcal, también como cosede episcopal, ciudad industrial y de servicios que tiene en su patrimonio su principal baza para atraer al turismo y dinamizar así su economía.
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