La Mata de los Olmos (Teruel)

LA MATA DE LOS OLMOS Cualquier pueblo atravesado por la Nacional 420 me interesa. Desde Caminreal hasta Alcañiz, esta carretera es de las más bellas de nuestro país. Atraviesa paisajes increíbles, desde las estepas del valle del Jiloca hasta las sierras de Montalbán y las estribaciones del Maestrazgo y, tras pasar por Alcorisa, los desiertos de Calanda. Además, esta vía me llena de emoción ya que me acerca al Matarraña turolense y eso alegra mi corazón. Por todo ello, poco …

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LA MATA DE LOS OLMOS
Cualquier pueblo atravesado por la Nacional 420 me interesa. Desde Caminreal hasta Alcañiz, esta carretera es de las más bellas de nuestro país. Atraviesa paisajes increíbles, desde las estepas del valle del Jiloca hasta las sierras de Montalbán y las estribaciones del Maestrazgo y, tras pasar por Alcorisa, los desiertos de Calanda. Además, esta vía me llena de emoción ya que me acerca al Matarraña turolense y eso alegra mi corazón. Por todo ello, poco a poco estoy intentado conocer todos los pueblos que se alzan sobre esta carretera, o en sus orillas, o incluso a escasos kilómetros de ella, ya que todos elos guardan secretos medievales en su paisaje, su urbanismo y su arquitectura. La Mata de los Olmos, con su campanario reclamando la atención del visitante, es uno de esos pueblos hermosos, remotos, que satisface mis expectativas.
La Mata de los Olmos guarda en su término vestigios de un poblamiento milenario, que se remonta a viejos asentamientos íberos que se pierden en el tiempo y llega hasta la configuración del actual casco urbano, tras la Reconquista, bajo la protección entonces de la Orden de Calatrava. El pueblo fue creciendo viviendo etapas de expansión y retroceso hasta llegar al siglo XXI con apenas 200 vecinos que habitan en un paisaje de fuerte carácter rural salpicado por una relevante y moderna industria ligada a la actividad ganadera. El conjunto urbano, en el que destaca la vieja piedra dorada de cantería combinada con algunas fachadas encaladas, es un espacio en el que la soledad se deja sentir bajo el peso de su propia historia. El bellísimo edificio de su ayuntamiento, adosado a la Iglesia parroquial, cuenta con una de esas lonjas que se harán cada vez más comunes según nos adentramos en el Bajo Aragón. No sé que tendrán estas lonjas que uno imagina, imbuido por su belleza, la cantidad de acontecimientos, mercados, conversaciones y juegos y gente que se ha guarecido de la lluvia o de la nieve a lo largo de los siglos. Y la iglesia, claro, con la gran torre de ladrillo que recuerda a los viejos maestros del mudéjar aragonés.
© 2017 Jaime Tello García


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