HÍJAR La carretera que conduce desde Zaragoza hacia el Bajo Aragón histórico hace un importante requiebro en Híjar, como queriendo esquivar su impresionante casco urbano, desplazando hacia el exterior del pueblo el gran eje principal de la Calle Mayor que, imagino, era el viejo camino hacia Alcañiz. Aunque desde la misma carretera ya se intuye el peso de la historia sobre esta antigua villa, muy noble y leal cabeza de Ducado. El caserío, encalado casi en su totalidad, se extiende …
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HÍJAR
La carretera que conduce desde Zaragoza hacia el Bajo Aragón histórico hace un importante requiebro en Híjar, como queriendo esquivar su impresionante casco urbano, desplazando hacia el exterior del pueblo el gran eje principal de la Calle Mayor que, imagino, era el viejo camino hacia Alcañiz. Aunque desde la misma carretera ya se intuye el peso de la historia sobre esta antigua villa, muy noble y leal cabeza de Ducado. El caserío, encalado casi en su totalidad, se extiende por calles y plazas creando un entramado urbano complejo heredado de su pasado milenario en el que convivieron aquí las tres grandes religiones monoteístas: musulmanes, judíos y cristianos, y de lo cual aún quedan importantes testimonios. Además, el pueblo fue creciendo en torno a la peña colgada sobre el meandro del río Martín, en cuya cima aún se mantienen en pie los muros de su viejo castillo, ubicación defensiva privilegiada. Lo mejor de Híjar es, sin duda, su bellísima Plaza Mayor, recogida, encalada y porticada, en la que parecen retumbar los ecos de los tambores que tanta fama han dado a esta comarca. También es muy recomendable subir caminando hasta el castillo y visitar el calvario en un cerro muy cercano, para gozar desde ambos puntos de las mejores panorámicas sobre el pueblo y su entorno. Otros dos imprescindibles son la visita al Barrio Judío en torno a la Plaza de San Antón; y la subida a la Ermita del Carmen, el tercer mirador sobre el pueblo. Y si quedan ganas, llegar a Híjar caminando desde la cercana estación de La Puebla es una experiencia abrumadora de soledad y descubrimiento de paisajes y patrimonio que alcanza su más alta cota en el abandonado convento de franciscanos ya en la entrada del pueblo. Yo hice el recorrido inverso, para tomar el tren en La Puebla, y años después sigo recordando con emoción aquella cálida mañana de verano y no sólo por la caminata, también por haber tenido el privilegio de conocer esta villa maravillosa, una de las plazas aragonesas al sur del Ebro más bellas y cargadas de historia.
© 2017 Jaime Tello García
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