HECHO En el extremo noroeste de Aragón y cercano a tierras navarras se extiende el Valle de Hecho, surcado y excavado por el río pirenaico Aragón Subordán. Se trata de un valle y un territorio más abierto que los valles orientales. Son Pirineos, pero menos, para entendernos. Las cotas más altas rondan los 2500 metros y se abre el paisaje hacia amplios sectores de Oza y Ansabare. En un recodo del río se refugia el caserío de Hecho, en la …
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HECHO
En el extremo noroeste de Aragón y cercano a tierras navarras se extiende el Valle de Hecho, surcado y excavado por el río pirenaico Aragón Subordán. Se trata de un valle y un territorio más abierto que los valles orientales. Son Pirineos, pero menos, para entendernos. Las cotas más altas rondan los 2500 metros y se abre el paisaje hacia amplios sectores de Oza y Ansabare. En un recodo del río se refugia el caserío de Hecho, en la margen derecha, asentado y abigarrado junto a la amplitud del cauce. Hecho es un pueblo importante y singular que siempre ha formado pareja de baile con Ansó, del valle cercano, por sus peculiaridades etnográficas, culturales y arquitectónicas. Una singularidad que es fruto de lo antiguo y aislado de su poblamiento. El Valle de Hecho ha estado habitado durante milenios, ha sido intensamente roturado y ha formado parte del mismo origen de Aragón. Junto a Canfranc formó el condado carolingio de Aragonum, que se extendió por la Jacetania, el Sobrarbe y la Ribagorza convirtiéndose en el Reino de Aragón. La morfología y orientación del valle favorecieron un poblamiento estable potenciado por el paso por el Puerto de Palo de la calzada romana que llevaba peregrinos hacia Santiago, de Navateros que bajaban el río, de monjes establecidos en Siresa y de ganaderos en los pueblos de la zona. Un microcosmos medieval. Los pueblos florecieron y el arte se hizo con el territorio. Iglesias, abadías, casonas y ermitas.
La villa de Hecho da nombre a todo el valle. Sus calles estrechas están salpicadas de imponentes fachadas, de casas notables que se conservan en buena medida gracias al empeño de sus viejos linajes o de nuevos veraneantes que aportan al pueblo la vida que, de otro modo, sin el turismo, habría languidecido hasta correr riesgo de despoblarse. De la piedra asoman bellos balcones y de los tejados las famosas chimeneas que son seña de identidad de estos valles occidentales. De forma troncocónica, en algunas de ellas se ubica un espantabrujas en lo más alto, amuleto antropomorfo que espantaba los hechizos y embrujos que, se creía, entraban por la chimenea. Tradición viva altoaragonesa reproducida en nuevas construcciones. En lo alto del pueblo, la torre de la Iglesia de San Martín, reedificada en el siglo XIX sobre las ruinas del antiguo templo románico destruído en la Guerra de la Independencia. En el punto más bajo, el bello puente que da acceso al cementerio desde donde gozar de una vista excepcional sobre los huertos, praderas y campas enmarcadas por las cimas pirenaicas.
Me voy de Hecho tras un agradable paseo otoñal adornado de bellos cielos salpicados por algodonosas nubes y una tenue brisa que enfila sus calles, y pienso en la dureza de los inviernos en estos valles expuestos. La técnica moderna ha atenuado el sufrimiento de sus vecinos, y me imagino dentro de una de esas acogedoras casas de piedra, protegido por sus gruesos muros, nevando en el exterior, concentrado en mis libros y aficiones, y me gusta lo que imagino.
© 2017 Jaime Tello García
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