Gante/Ghent (Bélgica)

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Llegué a Gante en tren desde Bruselas, y bajé en la estación de Sant Peeters, nombre este de bella sonoridad cuando es pronunciado por la señorita de megafonía. Al abandonar el edificio de la estación y contemplar el entorno, poco hae sospechar que, calle arriba, algo lejos para ir caminando, nos espera uno de los cascos históricos más ricos y relevantes del viejo continente. A medida que progreso por Kortrijksesteenweg, me doy cuenta de que lo que iba a ser una parada en mi camino hacia Brujas se va a convertir en todo un hito de mi experiencia flamenca. Brujas es la niña mimada, y razones hay de sobra. Amberes es una ciudad moderna y dinámica que sufrió demasiado bajo el fuego de las bombas. Y Gante, Gante queda a medio camino de las dos anteriores. Si Brujas es la Venecia del norte, Gante podría ser la Florencia flamenca. En sus calles se combinan patrimonio y modernidad, turismo e iniciativa empresarial. Hace ya muchos años trabajé en una multinacional cuya sede se encontraba en Gante, y con frecuencia oía que algún compañero había ido a Gante, o que desde Gante enviaban alguna instrucción enrevesada. Esto me hizo percibir a esta ciudad como nodo más empresarial que monumental. Y resulta que es ambas cosas, sin duda una de las grandes ciudades monumentales de Europa. Además, a diferencia de otras ciudades históricas de Flandes, Gante ha crecido de una forma espectacular durante el siglo XX, transformándose en un referente industrial y empresarial del corazón de Europa. Sede de multinacionales, ciudad universitaria, puerto interior, Gante ha conservado además su viejo recinto amurallado que, con la salvedad de glas grandes guerras que asolaron el continente durante el siglo pasado, ha llegado a nuestros días en un estado de conservación excepcional. Por lo que oigo, más bien por lo que leo, hasta no hace tanto Gante tenía fama de ciudad sucia, industriosa, degradada. Sin embargo, un cambio de mentalidad respecto al valor de su patrimonio como recurso turístico hizo que las autoridades pusieran en marcha un ambicioso plan de puesta en valor de la ciudad medieval, que incluyó la limpieza de muchas fachadas, la reconversión del uso de viejos edificios, la apertura a la visita de monumentos y nuevos museos. Y así es como la ciudad hizo la transición hacia la bellísima ciudad que es hoy. Sus canales, sus casas, sus campanarios, y !Oh, sorpresa!, un castillo de cuento de hadas en el centro de una gran ciudad. Gante cuenta con el activo insólito de su Castillo, residencia medieval de los Condes de Flandes, atalaya defensiva en el inmenso llano flamenco, prisión y palacio, hoy abierto al público en un recorrido maravilloso que, desde la altura de sus torres, me permite además disfrutar del perfil urbano. Un perfil en el que destacan las Tres Torres de Gante, el Belfort (merece la pena el esfuerzo de la subida, 91 metros de dura ascensión premiada con la mejor vista de la ciudad), San Nicolás y San Bavón, conjunto que desde el Puente de San Miguel forma la estampa más reproducida de la ciudad. A los pies del castillo, paseo por el barrio viejo de Pateshol, reducto de vida popular de la ciudad antigua con sus callejuelas, plazuelas y fachadas salteadas por bellas iglesias de ladrillo, material recurrente en la arquitectura flamenca. Camino y camino y, extenuado, emprendo el regreso hacia la estación, no sin antes dedicar unos minutos a visitar Atlas & Zanzibar, una librería fabulosa (como casi todas en Gante), ubicada en Kortrijksesteenweg, y que es un sorprendente compendio de mapas y guías. Una de las mejores librerías de viaje que haya visto, más propia de una gran capital superpoblada que de una agradable y tranquila ciudad mediana como Gante.

© 2016 Jaime Tello García


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