ESCÓ Visitar un pueblo deshabitado es una experiencia mágica y a la vez descorazonadora. Y es ambas cosas no tanto por la ausencia de gente en sus calles, algo común a muchos pueblos de la vieja Castilla o en los desiertos aragoneses en los que hay muchos empadronados pero ni un alma en las calles, sino por la ruina de sus casas, de sus iglesias e incluso del pavimento pedregoso. En el norte de Aragón abundan los pueblos y aldeas …
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ESCÓ
Visitar un pueblo deshabitado es una experiencia mágica y a la vez descorazonadora. Y es ambas cosas no tanto por la ausencia de gente en sus calles, algo común a muchos pueblos de la vieja Castilla o en los desiertos aragoneses en los que hay muchos empadronados pero ni un alma en las calles, sino por la ruina de sus casas, de sus iglesias e incluso del pavimento pedregoso. En el norte de Aragón abundan los pueblos y aldeas que han sido abandonados por completo, o casi, fruto del aislamiento y la emigración. Escó es uno de esos pueblos, pero la razón del desgraciado éxodo de sus habitantes no parece ser su remoto emplazamiento, ya que a su pie pasa una buena carretera, sino más bien la construcción del Embalse de Yesa, que a partir de 1960 produjo la expropiación de una parte importante de la tierra que explotaban sus habitantes.
Las viejas calles de Escó se resisten a desaparecer agarradas a la falda de un cerro, estribación de la Sierra de Leyre y esta, a su vez, de las primeras sierras prepirenáicas que el viajero encuentra en su camino hacia el norte, en tierra fronteriza entre los reinos de Aragón y Navarra. La colina sobre la que se asienta el caserío de Escó, rematada por la Iglesia de San Miguel, de traza románica, forma una pintoresca imagen con la sierra como telón de fondo. Aunque el pueblo haya quedado deshabitado (o casi, en mi paseo por sus calles, pude escuchar una radio lejana y fantasmagórica), Escó no ha desaparecido, sigue siendo una villa importante, zaragozana aunque de la muy oscense comarca de la Jacetania. Antes de que las aguas anegaran los campos más bajos y fértiles y sus habitantes se vieran forzados al drama de la emigración, contaba con cerca de 300 vecinos que vivían de la tierra, del cultivo y el ganado. Y a partir de 1959, el éxodo, aunque no fue hasta la década de los 70 cuando la despoblación fue total.
© 2017 Jaime Tello García
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