ÉPILA Sobre un cerro que mira a poniente y gobierna el calmado discurrir del Jalón, ubicado en la transición entre la fértil vega del río y los desiertos que se extienden hacia el este asoma la villa de Épila, importante núcleo urbano de la provincia de Zaragoza en la comarca del Valdejalón. Lo primero que me llamó la atención de Épila fue la gran distancia que separa su casco urbano y el núcleo de su vieja estación. Siempre que puedo …
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ÉPILA
Sobre un cerro que mira a poniente y gobierna el calmado discurrir del Jalón, ubicado en la transición entre la fértil vega del río y los desiertos que se extienden hacia el este asoma la villa de Épila, importante núcleo urbano de la provincia de Zaragoza en la comarca del Valdejalón. Lo primero que me llamó la atención de Épila fue la gran distancia que separa su casco urbano y el núcleo de su vieja estación. Siempre que puedo y cuando sé que un pueblo cuenta con ferrocarril, intento visitar la estación. Me gusta el aire nostálgico de estos edificios, la estampa que forman los andenes y las vías. Aún parece escucharse en lontananza el rugido del tren acercándose a recoger a unos viajeros que en su tiempo, imagino, serían muy numerosos y que en el caso de Épila, aún podrían tomarlo porque algunos regionales siguen parando aquí, no así en otros muchos pueblos aragoneses en los que nunca más sonará el silbato, ocupando su lugar el decadente silencio del abandono. En cualquier caso, si las estaciones son lugares especiales, la de Épila cuenta con el valor añadido de las chimeneas enormes y preciosas de su desvencijada azucarera, totems que dominan toda la redolada y que fueron testigos, junto a la vieja destilería, algunas fábricas textiles e incluso explotaciones mineras, del espléndido pasado industrial que se desarrolló en torno al ferrocarril.
Todo ello contribuyó a la pujanza de Épila, que de por sí ya era una plaza importante en la historia. Pobladas sus tierras desde tiempos prehistóricos, de los que se han hayado importantes restos, en época romana y visigoda fue un importante asentamiento sobre el valle del Jalón. Ocupada por los musulmanes entre los años 714 y 1119 y reconquistada por Alfonso I el Batallador, durante la Edad Media la villa sufrió destrucción y batallas fruto de los conflictos entre los señores y el rey, de las que salió mal parada. El viejo castillo quedó destruido y Épila perdió parte de su importancia. Sin embargo, en el siglo XVI la villa florece de nuevo bajo la protección de los Condes de Aranda, que establecieron aquí una imprenta, creando el caldo de cultivo para una rica vida cultural y literaria. De aquella época datan los principales monumentos que hoy conserva Épila como el propio Palacio de los Condes de Aranda o la magnífica colegiata. Patrimonio de ladrillo, herencia mudéjar y esencia aragonesa.
© 2017 Jaime Tello García
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