AVEINTE Por Aveinte se pasa a cincuenta. Así lo indica la señalización vertical a la entrada del pueblo, y es la paradoja escondida en su topónimo lo que ha dado cierta fama al pueblo. Desconozco si el nombre de Aveinte, típico pueblo de la Alta Moraña abulense, proviene de su ubicación, a veinte kilómetros de la capital provincial, Ávila, y situado en la carretera nacional que comunica esta con Salamanca, una de las vías principales del sur castellano hasta la …
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AVEINTE
Por Aveinte se pasa a cincuenta. Así lo indica la señalización vertical a la entrada del pueblo, y es la paradoja escondida en su topónimo lo que ha dado cierta fama al pueblo. Desconozco si el nombre de Aveinte, típico pueblo de la Alta Moraña abulense, proviene de su ubicación, a veinte kilómetros de la capital provincial, Ávila, y situado en la carretera nacional que comunica esta con Salamanca, una de las vías principales del sur castellano hasta la apertura de la A-51. Lo cierto es que en el siglo XIII ya había noticias del poblamiento en este valle discreto, conocido con el nombre de "Avent", en el ámbito de la repoblación que siguió a la reconquista. Y parece dudoso que entonces contaran con un anecdotario tan contemporáneo como la distancia. Desde siempre, y hasta no hace mucho, sus gentes han trabajado los amplios campos que rodean el caserío, y siguen haciéndolo gracias a la mecanización del campo en un contexto de fuerte despoblamiento y envejecimiento. La fábrica contundente de su Iglesia de Santiago Apóstol, levantada en piedra y ladrillo, gobierna el perfil del pueblo y a sus pies caen las calles y casas hacia el suave valle de un arroyo tributario del Arevalillo. El viejo potro, un puñado de cruces hacia el Calvario, el paso de la vía férrea y algunas construcciones de gran dignidad destacan en un casco urbano típicamente morañés, de casas sencillas construidas con técnicas diversas y de cuyo pasado mudéjar aún se pueden encontrar dignos exponentes. Por lo demás, encuentro en mi paseo naves de aperos y corrales, calles amplias y saneadas y, a pesar de estar en los inicios del verano, siento una soledad acrecentada por un cielo plomizo y tormentoso que profundiza un silencio en el que me muevo, roto por el canto de algún pájaro y el ladrido desconsolado de unos perros.
© 2017 Jaime Tello García
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