ARANDA DE MONCAYO
Acudo con frecuencia a diversas ferias y eventos relacionados con el turismo como Fitur, Intur o el SIT barcelonés. En estos encuentros siempre me sorprende la falta de imaginación y de deseo por innovar con que acuden numerosos organismos oficiales, que a menudo se preocupan más por salir del paso que por atraer el turismo a sus territorios, que habría de ser su principal objetivo. Es el caso de Aragón. Y lo digo porque tan sólo debería preocupar a los que dirigen el turismo aragonés colocar bien visible en su stand una gran fotografía panorámica de Aranda de Moncayo. Sólo con ello, creo, el turismo acudiría. Y es que no puedo ocultar mi entusiasmo al haber descubierto esta joya que permanece oculta y desconocida al gran público. Aranda es un espectáculo en el que se dan la mano, de forma sublime, urbanismo y arquitectura, tradiciones populares enmarcadas en un entorno natural asombroso. Lejos de los frecuentados Pirineos o de las imágenes más recurrentes del turismo regional, Aranda de Moncayo merecería ocupar el lugar que por derecho le pertenece, en el puñado de los pueblos más bonitos de España. El caserío de Aranda se dispone aterrazado en la falda de la gran muela coronada por su iglesia y su castillo. Al norte aparece, claro, el Moncayo y ante él, el profundo barranco excavado por el ímpetu del río Aranda y sus arroyos subsidiarios. Al este, las aguas del embalse de Maidevera. Al sur, la Sierra de la Virgen coronada por un afamado santuario. Y por doquier la exuberancia geológica de un territorio viejo y amansado por el clima y el despoblamiento.
© 2017 Jaime Tello García