Miño de Medinaceli (Soria)

MIÑO DE MEDINACELI Desde Yelo hasta Miño hay una carretera que estaba cubierta de tierra el día que anduve por allí, y como mi coche no andaba muy fino volví sobre mis pasos hasta el cruce con la vía férrea. Corriendo paralelo a ella encontré el Barrio de la Estación de Miño, testigo triste y decadente de un tiempo que, definitivamente, fue mejor. La parada se abrió en 1892 y sobrevivió, siquiera como apeadero, hasta el terrible cierre de líneas …

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MIÑO DE MEDINACELI
Desde Yelo hasta Miño hay una carretera que estaba cubierta de tierra el día que anduve por allí, y como mi coche no andaba muy fino volví sobre mis pasos hasta el cruce con la vía férrea. Corriendo paralelo a ella encontré el Barrio de la Estación de Miño, testigo triste y decadente de un tiempo que, definitivamente, fue mejor. La parada se abrió en 1892 y sobrevivió, siquiera como apeadero, hasta el terrible cierre de líneas de los años 80 del siglo XX. Hoy quedan las sombras fantasmagóricas de unas fachadas que debieron albergar el bullicio propio de un cruce de caminos, seguramente con algunos comercios, pequeñas fábricas, arrieros y el ajetreo del tren. Nada queda ya de aquello y dejo atrás la estación camino del pueblo, distante pocos metros, pensando una vez más en el drama que ha supuesto la desaparición del ferrocarril en el medio rural.
Llego a Miño y aparco frente al primer edificio que encuentro, que resulta ser algo importante, creo que la cantina del pueblo o algo más, puesto que cuelga un tablón de anuncios de su fachada. Emprendo mi paseo y me sumerjo en un pueblo cuyas casas viejas me hacen pensar en un poblamiento muy antiguo. En efecto, cuenta Miño con vestigios milenarios, tumbas celtíberas y los restos de una atalaya árabe en lo alto de la peña que resguarda su caserío. Como indica su topónimo, se mantuvo bajo el dominio de la Casa de Medinaceli hasta el fin del Régimen Señorial en el siglo XIX, momento en el que se constituye en ayuntamiento constitucional y, como cabeza de municipio, sigue ejerciendo hasta hoy gobernando sobre varias pedanias de su entorno.
Continúo mi camino. Veo que predomina la piedra en las fachadas de las casas. Casas que parecen grandes, de dos alturas y sobrado, cuyas parcelas forman un caótico entramado urbano de callejas y pasadizos. Gran parte del caserío aparece restaurado o al menos, bien mantenido, aunque también hay algunos edificios arruinados. Sobre los tejados, en lo alto asoma la espadaña almenada y bellísima de la Iglesia de San Miguel iluminada por la cálida luz del atardecer. Más allá campo abierto, y en lo alto un rebaño con su pastor que observa mis movimientos con curiosidad y algo de recelo, imagino. Vuelvo callejeando y descubro la riqueza de la arquitectura tradicional del sur de Soria, la soledad de sus calles y siento una cierta congoja ante el sombrío panorama que espera a estas comarcas castellanas envejecidas y despobladas.
© 2017 Jaime Tello García


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