Canfranc (Huesca)

CANFRANC Adentrarse en las entrañas del valle en que se ubica Canfranc es una aventura única que sumerge al viajero en un capítulo excepcional de la historia española de la primera mitad del siglo XX. Un camino milenario hacia la esencia misma del poblamiento de los Pirineos, una vía por la que fluyeron viajeros y mercancías, un trazado ansiado y guardado por una tupida red defensiva que aún se conserva en buena parte. En lo más profundo del surco excavado …

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CANFRANC
Adentrarse en las entrañas del valle en que se ubica Canfranc es una aventura única que sumerge al viajero en un capítulo excepcional de la historia española de la primera mitad del siglo XX. Un camino milenario hacia la esencia misma del poblamiento de los Pirineos, una vía por la que fluyeron viajeros y mercancías, un trazado ansiado y guardado por una tupida red defensiva que aún se conserva en buena parte. En lo más profundo del surco excavado por el río Aragón surge el lugar que antaño se llamó Los Arañones. El emplazamiento, angosto, amurallado por las sierras pirenaicas que, crueles y protectoras, se alzan a poniente y levante, fue el elegido en los últimos años del siglo XIX para construir uno de los grandes hitos de la ingeniería y la arquitectura civil en la España de la época: la Estación Internacional de Canfranc y el túnel que conecta con el tramo francés de la línea. Uno piensa en el trabajo inmenso que un gran número de obreros desempeñaron aquí con los medios de la época, para domar la naturaleza al gusto de los nuevos usos y dar espacio a la estación, desviando ríos y arroyos, conteniendo avenidas y aludes mediante la plantación de millones de árboles. Y después, en la obra de la propia vía férrea, del edificio de la estación y del túnel. La carretera que circula hacia el norte y conduce a Candanchú y Francia corre paralela al río y al ferrocarril, y de tanto en tanto, en lo alto, se divisa el borde de la plataforma de la vía, colgada de forma imposible en una ladera muy empinada. Y mientras conduzco pienso en la dificultad técnica de una obra que, a buen seguro, debió tener un coste altísimo en dinero y en vidas. Consecuencia de tan magna obra, nos encontramos con uno de esos rincones singulares de España que sin duda merece la pena visitar. Canfranc, la estación internacional, y Canfranc, pueblo y valle. El pueblo es pequeño y antiguo, surgido junto al camino que siempre ha comunicado Jaca con Francia. En él destaca las ruina de la vieja Iglesia de la Trinidad, del siglo XVI. El templo y el pueblo entero fueron víctimas de un virulento incendio que en 1944 lo arrasó todo. Tras la catástrofe, el ayuntamiento se trasladó al núcleo de la estación. Algunas casas fueron rehabilitadas. La mayoría se levantaron de nuevo. La morfología urbana se conservó, pueblo estructurado a lo largo de la calle principal en un entorno.
Unos kilómetros valle arriba aparece la terminal del ferrocarril, que vertebra un núcleo más moderno de casas de ferroviarios y que es el que más vivo se ha mantenido en las últimas décadas, favorecido por el turismo llegado de ambos lados de la frontera. La estación es la estrella indiscutible. Tengo suerte y coincido con una visita guiada al interior y escucho una instructiva charla sobre la historia del edificio, sobre su papel relevante durante la Guerra Civil o las Guerras Mundiales como foco de intercambio de mercancías y de tráfico de personas. Para mi sorpresa, el exterior de la estación es completamente accesible, algo que no esperaba, y puedo recorrer los ajados andenes y caminar junto a vagones de madera y metal corroídos por el paso del tiempo. Me sorprende comprobar que, a pesar de la poca población que alberga la cabecera del valle, sigue habiendo servicio comercial de tren hasta Canfranc, ya que pienso que no debe haber un gran número de viajeros que haga uso de la línea. Como me pasa en tantos lugares, dejo algo pendiente para una próxima visita, recorrer en ferrocarril la línea desde Zaragoza. Un viaje pausado a bordo de un tren es uno de esos pequeños placeres que la vida sigue brindando, aunque no habré de descuidarme ante el empuje de una modernidad que prima la velocidad al deleite. Imagino el viaje como un lento traqueteo salpicado de curvas y paisajes singulares del corazón de Aragón. Pantanos y Riglos. Guara, Sabiñánigo y Jaca. Y las más altas cotas del Pirineo oscense.
© 2017 Jaime Tello García


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