ARCEDIANO Pocos habitantes pueblan las calles de Arcediano, pequeño pueblo de la Armuña salmantina ubicado a escasos kilómetros de la capital provincial siguiendo la carretera de Toro. Visité Arcediano un caluroso mediodía de finales de primavera. El sol lucía un tanto sucio, enturbiado por calimas que destacan los tonos parduzcos y apagados en campos y edificios. Esa luz que invade cada rincón y que resalta la sobriedad de estos parajes de secano, de legumbre y cereal que, espigados, rodean todo …
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ARCEDIANO
Pocos habitantes pueblan las calles de Arcediano, pequeño pueblo de la Armuña salmantina ubicado a escasos kilómetros de la capital provincial siguiendo la carretera de Toro. Visité Arcediano un caluroso mediodía de finales de primavera. El sol lucía un tanto sucio, enturbiado por calimas que destacan los tonos parduzcos y apagados en campos y edificios. Esa luz que invade cada rincón y que resalta la sobriedad de estos parajes de secano, de legumbre y cereal que, espigados, rodean todo el pueblo. Recuerdo con especial intensidad el color dorado, casi quemado de los campos de Arcediano, salpicados de hermosas amapolas, insolados por un astro cruel y casi veraniego. Arcediano es un pueblo de origen incierto y legendario. Cuenta la leyenda que por estos páramos acamparon las huestes romanas y que el emperador, sediento en un día de verano, disfrutó de la fresca agua del botijo de un labrador de Arcediano, colmándole en agradecimiento de oro y prebendas. Más tarde, cuando se estableció el primer núcleo estable, fue un arcediano, cabeza del cabildo catedralicio de Salamanca, uno de los primeros en establecerse. Siempre ha sido un pueblo de agricultores, que levantaron con modestia las casas que aún se conservan en gran parte. Arquitectura de baja altura, en piedra y ladrillo, con portalones. En el extremo occidental se levanta exenta, tras la arboleda, la Iglesia del siglo XVIII con el cementerio anejo. En el centro del pueblo se ubica una capilla, una ermita de cruz un tanto extraña que recuerda los trabajos del modernismo catalán, las viejas luminarias de la Casa Amatller de Barcelona.
© 2017 Jaime Tello García
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