PEÑARROYA DE TASTAVINS En algún arranque de nostalgia, o quizá por este particular síndrome de Stendhal que me persigue desde hace años y que encuentra estímulo en las tierras del Matarraña, confieso que he buscado casa en Peñarroya para vivir aquí y olvidarme del mundo para el resto de mis días. Es la Comarca de Matarraña, la tierra más bella que jamás haya visitado, y Peñarroya de Tastavins uno de sus pueblos más sobresalientes. El encalado de sus fachadas trepa …
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PEÑARROYA DE TASTAVINS
En algún arranque de nostalgia, o quizá por este particular síndrome de Stendhal que me persigue desde hace años y que encuentra estímulo en las tierras del Matarraña, confieso que he buscado casa en Peñarroya para vivir aquí y olvidarme del mundo para el resto de mis días. Es la Comarca de Matarraña, la tierra más bella que jamás haya visitado, y Peñarroya de Tastavins uno de sus pueblos más sobresalientes. El encalado de sus fachadas trepa por la ladera hacia su castillo ausente, con el Masmut y los Puertos como telón de fondo, en medio de este pedazo de tierra de tránsito entre tierras valencianas y aragonesas. Paisaje de almendro y olivo, de granjas y bosquecillos. Pura delicia del interior mediterráneo. El casco urbano de Peñarroya es intrincado como pocos, de calles casi horizontales y largas rodeando el cerro sobre el que se asienta el pueblo, y escaleras y otras calles empinadas, perpendiculares a las anteriores, cosiendo todo el conjunto. En la parte alta aparece la zona más antigua y degradada y, por ello, la que mejor conserva las esencias de la arquitectura tradicional de grandes casas de elevada altura, con grandes balcones y aleros historiados, que aún conservan el viejo color azul que a desconchones se va perdiendo. La fortaleza, de origen árabe y reconquistada en el siglo XII por Alfonso II, y de la que nada queda, parece imponer su presencia fantasmagórica desde lo más alto del pueblo, dominando el valle del Tastavins en su camino hacia el Matarraña.
Y no podemos marchar de Peñarroya sin hacer parada en el fabuloso conjunto arquitectónico del Santuario de la Virgen de la Fuente, que da la bienvenida al visitante viniendo de Valderrobres o Monroyo, y que es una de las joyas gótico-mudéjares más destacadas de Aragón. Alberga preciosas pinturas en la techumbre de su iglesia, además de otros elementos como el claustro o la propia fuente que hace de este un monumento excepcional. Además, recuerdo que en una de mis visitas a Peñarroya pude disfrutar del buen comer en el restaurante que ocupó la planta de arriba, que en visitas posteriores había sido cerrado. Desconozco si a día de hoy sigue ofreciendo sus suculentos platos.
© 2017 Jaime Tello García
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