TORRIJO DE LA CAÑADA Una carretera sinuosa llega hasta Torrijo de la Cañada por el valle juguetón de un río Manubles que ha creado un oasis entre las sierras indómitas de las estribaciones del Moncayo. Pienso mientras conduzco en la dura vida que debieron llevar los vecinos de Torrijo y de todo el valle hasta no hace tantos años, vida de aislamiento y crudos inviernos, y pienso también en los escasos visitantes que debieron pasar por este lugar perdido de …
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TORRIJO DE LA CAÑADA
Una carretera sinuosa llega hasta Torrijo de la Cañada por el valle juguetón de un río Manubles que ha creado un oasis entre las sierras indómitas de las estribaciones del Moncayo. Pienso mientras conduzco en la dura vida que debieron llevar los vecinos de Torrijo y de todo el valle hasta no hace tantos años, vida de aislamiento y crudos inviernos, y pienso también en los escasos visitantes que debieron pasar por este lugar perdido de la mano de Dios en la frontera entre Aragón y Castilla. Después de un viaje que se hace largo, desde Ateca o desde Torrelapaja, desde mejores carreteras, llego a Torrijo y me encuentro inmerso en un pedazo de la historia milenaria del Reino de Aragón. No sólo por la importancia de esta plaza en la defensa de la marca con Castilla, sino por la calidad excepcional de su caserío tradicional, de su patrimonio y del paisaje emocionante que rodea el pueblo.
Ya sabrán de mi amor por Aragón, y en Torrijo de la Cañada se despliegan en su plenitud las esencias de esa "aragonesidad” que me ha cautivado, que me hace disfrutar casi hasta el delirio de mis paseos arriba y abajo por sus calles. Abigarramiento y abandono, convivencia de culturas y de formas constructivas, urbanismo defensivo, y mudéjar y gótico. Todo eso es Torrijo. En lo alto hay un viejo y desvencijado castillo, amarrado sobre un meandro y que habla de tú a tú con el moderno depósito de agua. En la vertiente opuesta se extiende un paisaje de lo más curioso, infinidad de pequeñas cuevas que han servido y sirven de bodegas y que, por su abundancia en Torrijo, forman una estampa de lo más singular. A los pies de la fortaleza corren callejas y cuestas que caen hasta la vieja carretera donde se alzan los principales monumentos de la villa: las dos iglesias imponentes, gótico-renacentistas, de San Juan y de Nuestra Señora del Hortal, el bello ayuntamiento aragonés de finales del siglo XVI, y el arco que se abre al puente por el que salvo las tranquilas aguas del Manubles. Cercano al puente me topo con un monumento que nos recuerda a los mártires Félix y Régula, hermanos africanos que por aquí predicaron su fé en un tiempo en que aún eran perseguidos, y que fueron torturados y decapitados por las huestes romanas. Las figuras aparecen sujetando sus propias cabezas, imagen tan bella como inquietante y llena de simbolismo. Dejo atrás Torrijo y el peso de su historia me persigue durante largos kilómetros, admirado por la calidad de su patrimonio y por esa sensación de pérdida que no puedo evitar tener al abandonar un lugar tan bello como, me temo, desconocido.
© 2017 Jaime Tello García
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