CHAHERRERO Chaherrero es un cruce de caminos que alguien clavó en plena meseta, rompiendo la inmensidad de la llanura morañesa. Un pequeño asentamiento medieval que apareció durante la repoblación de estas tierras, a las que vinieron vascones y gente del norte. Siempre he conocido el casco urbano de Chaherrero partido en dos por la vieja nacional por la que mucho he transitado, ya que su iglesia mudéjar, el monumento más representativo del pueblo, se ubica al sur de la carretera …
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CHAHERRERO
Chaherrero es un cruce de caminos que alguien clavó en plena meseta, rompiendo la inmensidad de la llanura morañesa. Un pequeño asentamiento medieval que apareció durante la repoblación de estas tierras, a las que vinieron vascones y gente del norte. Siempre he conocido el casco urbano de Chaherrero partido en dos por la vieja nacional por la que mucho he transitado, ya que su iglesia mudéjar, el monumento más representativo del pueblo, se ubica al sur de la carretera y es el único edificio, junto a algunas casas y almacenes agrícolas, que queda apartado del pueblo. Bien es cierto que no es un pueblo muy grande y ni siquiera cuenta con ayuntamiento ya que Chaherrero es una pedanía que depende de Crespos. También es cierto que se accede fácilmente a la iglesia desde la rotonda que ejerce de cruce de caminos hacia Ávila, Salamanca, El Parral y Fontiveros. Pero llama la atención tal morfología forzada por el empuje de la modernidad.
No se ven bares, ni tiendas, ni restaurantes, ni personas por las calles de Chaherrero. Encontré vida en la gasolinera a las afueras del pueblo, camino de Peñaranda. Unos cuantos paisanos departían en su interior, protegidos de la solemnidad de un sol veraniego que calentaba con crueldad. Por lo visto, el bar del pueblo se había trasladado allí y, de paso, mitigaba los efectos de la apertura de la autovía, que había privado de actividad a la gasolinera y de algarabía al pueblo entero. Vuelvo a pasear entre las casas de Chaherrero y la sensación sigue siendo de soledad, mecida por un viento seco y cálido que corre por las callejas y bufa entre los muros de casas que con frecuencia parecen abandonadas. Destaca alguna casona de contundente porte, levantada en granito que se diferencia del ladrillo que adorna la mayoría de las fachadas. Al norte del pueblo se abre un paisaje amplio, salpicado por el verdor que le otorga algún que otro regato que, de vez en cuando, corre hacia el Arevalillo. Naves de aperos y maquinaria rompen la línea de horizonte y su buena conservación nos dice que aquí se sigue trabajando el campo, fuente de riqueza de sus pocos vecinos.
© 2017 Jaime Tello García
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