BERDEJO El discreto río Manubles ha horadado, con la fuerza nada discreta de su irregular caudal, un cañón notable y hermoso que se cuenta entre los espacios naturales y culturales más desconocidos e inaccesibles de España. Cuarenta kilómetros de una carretera entre Ateca y Torrelapaja que transita entre los horizontes de paisaje despejado al sur, y los meandros marcados que, desde Torrijo aguas arriba, sirvieron de marca en la frontera entre los reinos de Aragón y Castilla. Pueblos pequeños y …
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BERDEJO
El discreto río Manubles ha horadado, con la fuerza nada discreta de su irregular caudal, un cañón notable y hermoso que se cuenta entre los espacios naturales y culturales más desconocidos e inaccesibles de España. Cuarenta kilómetros de una carretera entre Ateca y Torrelapaja que transita entre los horizontes de paisaje despejado al sur, y los meandros marcados que, desde Torrijo aguas arriba, sirvieron de marca en la frontera entre los reinos de Aragón y Castilla. Pueblos pequeños y mal comunicados por esta carretera que nadie se ha interesado en mantener. Pueblos despoblados y todos ellos fortificados. En unos quedan más restos de murallas y fortalezas que en otros. Y en todos ellos se siente la profunda soledad de este rincón perdido de la comarca zaragozana de Calatayud.
Y con todo, en Berdejo viví una experiencia única, algo que nunca me había pasado. Llegué al pueblo, aparqué mi coche y eché a andar, y en mi camino no apareció ningún paisano, no vi ningún otro coche aparcado más que mi querido Ibiza, no escuché el ladrido de perro alguno ni el rumor de un televisor encendido en el interior de alguna casa. Nada. Ni el menor signo de vida. Dice la estadística que Berdejo alberga 63 vecinos. Sería por el invierno crudo que el Moncayo se encarga de reforzar por estas tierras. Sería porque era un martes de febrero. No lo sé. Pero nada. Aquí no había nadie. Ni personas, ni coches, ni perros ni televisiones. Nada.
Fue una experiencia extraña que me hizo sentir como si las calles y los edificios del pueblo estuvieran ahí a mi disposición, como un decorado inerte ofrecido a mi curiosidad. Lo cierto es que sentí algo de miedo, el mismo miedo que a veces me impide transitar por un bosque o un campo cerrado. Soledad, aislamiento y vulnerabilidad. Pero tampoco es un miedo paralizante, por lo que sigo con mi paseo. Cruzo el Manubles para lograr una panorámica excepcional de Berdejo y en el horizonte se recorta su castillo, cuya construcción se remonta al siglo XII, cuando se fortificó toda la línea. Merece la pena el esfuerzo de retroceder y acercarse hasta lo más alto, con precaución dado el estado precario del conjunto, y desde allí observar los buitres y el paisaje emocionante del recodo que forma el río y los campos de labor que han aprovechado la fértil llanura de inundación. A los pies de la fortaleza aparece el conjunto del Ayuntamiento, notable edificio renacentista muy bien restaurado, con cuerpos de ladrillo que descansan en sólidas columnas, y la Iglesia de San Millán, colgada sobre una roca y de trazas románicas, del siglo XIII, muy transformada en tiempo posterior. San Millán, que según cuentan nació en Torrelapaja, perteneciente entonces a la jurisdicción de Berdejo, por lo que los de aquí los reclaman como el berdejano más ilustre. Y por lo demás, un conjunto de casas bien arregladas para fines de semana y vacaciones, cuyo estado de conservación en absoluto remite al despoblamiento total del que antes hablaba. Una sorpresa.
© 2017 Jaime Tello García
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